¿Cómo era la filosofía en la Antigüedad?

Cuarta parte: los ejercicios espirituales.

El filósofo busca alcanzar la sabiduría, y, a consecuencia de ello, sucede en él un cambio en su forma de vida. Como dice Hadot, «el hombre, antes de la conversión filosófica, se encuentra inmerso en un estado de confusa inquietud, víctima de sus preocupaciones, desgarrado por sus pasiones, sin existencia verdadera, sin poder ser él mismo.» («Ejercicios espirituales». p. 49). El origen de esta perturbación es variado: puede deberse a las preocupaciones de la vida privada o de la vida política, puede tener su origen en la intemperancia, o bien en los afanes que nos llevan a buscar incansablemente riqueza, fama, poder. O, «según Epicuro, son lo vanos terrores acerca de la muerte y de los dioses los que inquietan a los hombres.» (¿Qué es la filosofía antigua? p. 243)

El hombre vive en tal situación, pero «las diferentes escuelas coinciden […] en considerar que el hombre puede liberarse de semejante estado y acceder a una verdadera existencia, mejorar, transformarse, alcanzar el estado de perfección.» («Ejercicios espirituales». p. 49) Esto se logra con la conversión filosófica, es decir, buscando alcanzar la sabiduría, ese ideal de perfección humana del que hemos hablado. A propósito de este cambio en el modo de vida que trae consigo la filosofía, Diógenes Laercio nos refiere el caso de Polemón. Él fue un joven disoluto, que siempre llevaba consigo dinero para satisfacer sus deseos, e incluso lo escondía en varios lugares por si alguna vez le faltaba. Pero una vez entró borracho a la escuela de Jenócrates, quien hablaba sobre la templanza, y poco a poco fue captado por el discurso del maestro. Con el pasar del tiempo, dice Laercio, Polemón «llegó a ser tal amante del esfuerzo que sobrepasó a todos los demás y él le sucedió en la dirección de la escuela». (Vidas y opiniones de los filósofos ilustres. IV, 16).

Pero, en este punto, debe considerarse que no basta con afirmar haberse convertido a la filosofía, o con que un buen día uno quede cautivado por el discurso de un filósofo. [1] Para ser tal, el filósofo debe mantenerse en la búsqueda de la sabiduría, y esto requiere que realice varias acciones sobre él mismo. Es decir, no se era filósofo como se podía ser cualquier otra cosa, herrero, por ejemplo. Éste es herrero sin importar cómo se comporte, sin importar lo que diga o si desempeña otras actividades. En este sentido, se puede afirmar que, una vez que se aprende todo lo referente a la herrería, no se pierde la condición de herrero. Por su parte, para que el filósofo sea tal, debe continuamente vivir conforme a la sabiduría. Éste no puede vivir de manera disoluta por unos días, olvidándose del dominio de sí mismo, sin que con razón pierda la condición de filósofo. O como dirá Luciano: no importa que se conozcan las doctrinas filosóficas, e incluso se enseñen a otros, si no se vive conforme a la sabiduría, nadie es un filósofo. De tal modo, éste debe vivir procurando mantenerse en el camino de la sabiduría y, en este sentido, si no lo hace, pierde su condición de filósofo. Para mantenerse en este camino, el filósofo realiza varias acciones sobre sí mismo, lleva a cabo una serie de prácticas que Pierre Hadot nombró ejercicios espirituales. Su nombre parece indicar que en ellas se involucra sólo el pensamiento, pero Hadot se refiere a una serie de prácticas que pueden ser de orden físico, discursivo o intuitivo; así, dentro de ellas se cuentan los regímenes alimenticios, la meditación, la lectura, la contemplación, etcétera. (Cfr. ¿Qué es la filosofía antigua? p. 15. Véase también: «Ejercicios espirituales». passim)

La importancia y obligación de realizar estos ejercicios espirituales radica en que, como la sabiduría es un ideal de perfección humana, gracias a ellos el filósofo se va formando en la sabiduría, es decir, va provocando un cambio en su modo de vida para que ésta se asemeje a aquélla. Hay aquí una semejanza con los atletas, pues «al igual que, por medio de ejercicios corporales repetidos, el atleta da a su cuerpo una fuerza y una forma nuevas, así, con los ejercicios filosóficos, el filósofo desarrolla la fuerza de su alma y se transforma a sí mismo.» (¿Qué es la filosofía antigua? p. 208) Esta semejanza es señalada por Epicteto en el texto siguiente:

Los que han recibido los preceptos pelados quieren vomitarlos inmediatamente como los enfermos del estómago el alimento. Primero digiérelos y luego no los vomites así. Si no, se transformarán de verdad en vómito, cosa impura e incomestible. Por el contrario, a partir de haberlos digerido, muéstranos algún cambio en tu regente, como los atletas los hombros según lo que se ejercitaron y comieron, como los que han recibido las artes según lo aprendieron.

 Disertaciones por Arriano. III, XXI, 1-4.

Al hablar de digerir los preceptos filosóficos se hace alusión a cierto ejercicio mediante el cual el aprendiz de filósofo los hace suyos. Y esta asimilación debe conllevar un cambio en su modo de vida, así como ciertos ejercicios y alimentación cambian el cuerpo del atleta. Vale decir que con los ejercicios espirituales el filósofo se va dando a sí mismo la forma del sabio. Pero mantener esta forma no es posible para el hombre, su condición le impide siempre bastarse a sí mismo, por ejemplo, así que debe realizar de manera constante tales ejercicios para mantener o reafirmarse en el modo de vida de la sabiduría. En esto el atleta es diferente. Él se puede permitir, de vez en cuando, hacer lo que normalmente se prohíbe, comer en demasía, por hablar de un caso. Ya después continuará su entrenamiento, y esta licencia que se dio no tendrá graves consecuencias. Para el filósofo esto no es posible. Es impensable, por ejemplo, que Diógenes se permita un día a la semana vivir rodeado de placeres, satisfaciendo todos sus deseos hasta el exceso, mientras el resto de los días vive frugalmente. Si alguien lo hace es porque no le da valor a su libertad, a su independencia de las cosas externas y su dominio sobre sí mismo. Es porque está lejos de ser un filósofo. En resumen, se puede decir que «la filosofía se nos aparece entonces originalmente no ya como una elaboración teórica [tal como se entiende actualmente de manera generalizada], sino como método de formación de una nueva manera de vivir y percibir el mundo, como un intento de transformación del hombre.» («Ejercicios espirituales». p. 56) Y esta formación es constante e ininterrumpida, y se da a través de los ejercicios espirituales.

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[1] A mi juicio, hay razones para creer que Luciano de Samósata, en Filosofía de Nigrino, critica esta idea: la conversión a la filosofía no es algo sencillo. No basta con quedar atrapado por lo que dice un maestro para, a partir de ese momento, ser un filósofo. En este texto, alguien confiesa que, tras escuchar al filósofo Nigrino, cambió su modo de ver las cosas. Pero si uno cree que se vuelve filósofo de manera tan sencilla, lo que sucede es que se convierte en alguien arrogante y hablador, porque ahora «comprende» que los demás viven una vida inferior a la suya.

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Primera parte: la aparición de la philosophia.

Segunda parte: Sócrates y la definición platónica de la filosofía.

Tercera parte: el ideal de la sabiduría y del sabio.

Quinta parte: la relación entre vida filosófica y discurso filosófico.

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Bibliografía.

Diógenes Laercio. Vida y opiniones de los filósofos ilustres. Traducción: Carlos García Gual. 1ª edición, Madrid: Alianza Editorial. 2007. Colección: Clásicos de Grecia y Roma.

Epicteto. Disertaciones por Arriano. Traducción, introducción y notas: Paloma Ortiz García. 1ª edición, Madrid: Editorial Gredos. 1993. Colección: Biblioteca Clásica Gredos/185.

Hadot, Pierre. ¿Qué es la filosofía antigua? Traducción: Eliane Cazenave Tapie Isoard. 1ª edición, México: Fondo de Cultura Económica. 1998. Colección: Filosofía.

__________. «Ejercicios espirituales» en Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Traducción: Javier Palacio. 1ª edición, Madrid: Ediciones Siruela. 2006. Colección: Biblioteca de Ensayo (Serie Mayor)/50. pp. 23-58.

 

*Imagen: detalle de La escuela de Atenas, de Rafael.

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