Tony Manero: el hombre y la dictadura

Las primeras escenas de la película son una muestra del carácter y los límites que puede romper su protagonista. En poco más de diez minutos, se revela la obsesión que tiene Raúl Peralta por Fiebre de sábado por la noche (John Badham, 1977), ya que entra bailando como Tony Manero a la sala de cine y durante la proyección repite sus diálogos de memoria; por otra parte, aprovecha que nadie lo ve para hurtar palomitas y finge ayudar a una anciana con sus cosas para, después, matarla y robar su televisión. Raúl Peralta, entonces, es un tipo que solo actúa para su conveniencia, dispuesto a matar si lo requiere y obsesionado con el personaje de una película.

A lo largo de la historia, en busca de ganar un concurso como el doble de Tony Manero, salen a la luz una y otra vez aquellas características mencionadas. Así, despoja a un cuerpo de sus pertenencias, comete otros asesinatos, roba constantemente, grita y discute, se deshace de un contrincante en el concurso arruinando su traje, abandona a las personas con las que vive cuando dos hombres van por ellas y la única opinión que hace valer es la suya.

Ahora bien, en casi cualquier situación, la película de Pablo Larraín sería el relato de un hombre que hace todo movido por una obsesión. No obstante, el contexto de Tony Manero (2008) es la dictadura de Augusto Pinochet, y eso agrega algunos aspectos importantes a considerar.

El contexto sociopolítico se puede reconocer, con el acierto de que no está sobreexpuesto. Aquel se mantiene como una sombra que cubre todos los espacios, y de ahí la oscuridad que tienen todas las escenas, salvo las filmadas en el canal de televisión. El peso de la dictadura está afuera, mientras los medios de comunicación, que son la cara del régimen, enseñan que todo está bien. Como dice uno de los personajes, “ahora el país está en orden”; esto lo muestra la televisión, donde incluso se concilian roces políticos invitando a una mujer argentina a un programa de concursos. Afuera es otra historia. De vez en cuando suena una sirena a lo lejos y la reacción de las personas es esconderse; o bien, hay rondines militares que llevan al protagonista a ocultarse, quien además camina por la calle como si estuviera alerta de que algo pase.

En lo anterior es preciso reconocer el buen juicio al momento de retratar un contexto opresor. Algunas películas, por ejemplo, se inclinan por utilizar a un personaje, usualmente miembro del gobierno, como encarnación de los males que trae un régimen político. Larraín, en cambio, consigue mostrar que el ámbito represivo está presente en todo momento, donde las represalias del gobierno son inesperadas, aunque se sabe que pueden darse (y por eso el joven debe esconder los volantes contra Pinochet), como sucede en la detención y el asesinato del hombre en el puente o durante la llegada de dos sujetos a la casa, con el suficiente poder de detener todo, invadir cualquier espacio y mandar a placer, sin que nadie haga nada por más gritos que se escuchen. La vida dentro de la dictadura no sería, de este modo, el temor a un hombre, sino la certeza de que en cualquier momento la vida está en peligro, tanto más si se forma parte de la oposición.

En este contexto, pues, vive Raúl Peralta. Y a partir de lo dicho hay, al menos, dos lecturas que pueden hacerse de la película: el protagonista sería la representación del régimen de Pinochet; o bien, solo es un hombre miserable, como cualquier otro, dentro de ella.

En el primer caso, Peralta sería la encarnación del espíritu de la dictadura. Así como solo una voz es permitida en ella, aquel hombre es incapaz de escuchar a alguien que no sea él y, cuando se le contradice, impone su verdad (“es un botón, no te están diciendo”, responde fríamente cuando le dicen que le falta un botón a su traje blanco). Además, si es necesario, puede recurrir a la violencia contra los que se opongan, como hace cuando discute y empuja a la mujer en la escena donde rompe el piso o cuando se caga en el traje blanco del joven que iba a competir contra él en el concurso. Con Raúl, como en la dictadura, suya es la razón y la fuerza, dispuesto a desaparecer de su camino a quien se oponga.

No obstante, pese a la impunidad con que el protagonista ─Raúl y la dictadura─ comete sus crímenes, la película señala que, en el fondo, el régimen tendría rasgos de impotencia y fracaso. Esto es tan marcado como la violencia, en al menos tres escenas donde Peralta no puede hacer algo por impotencia o se ve ridículo frente a alguien con más poder que él. Quizá esto es lo más problemático de la cinta, porque, a pesar de que el protagonista sea un fracasado absoluto, a su paso deja mucha sangre regada. Lo mismo sucede con el régimen de Pinochet: tal vez cayó, y viendo desde el futuro es posible adjudicarle aquellas características, pero no pueden perderse de vista todos los crímenes cometidos. Siempre está el riesgo de menospreciar hechos cruentos del pasado cuando se los adjudicamos a hombres ridículos, y Larraín parece hacer esto.

Esta lectura es interesante, además, si se considera el final de la película: Raúl pierde el concurso y toma el mismo camión que el joven que lo venció, sentándose atrás de él sin perderlo de vista. A estas alturas, ya lo conocemos lo suficiente como para saber que es capaz de todo… Pero no sabemos qué pasa porque ahí se corta la escena. ¿Qué indicaría esto? Cuando un régimen termina, ello no implica que las ideas o los intereses que lo originaron desaparezcan; pueden permanecer latentes, y no podemos saber qué consecuencias podrían tener. Es aquí donde entran el temor y la incertidumbre, el mismo que se siente al no saber si Peralta matará al ganador solo para robarle el dinero y la gloria.

Por otra parte, en la segunda lectura, mucho más sencilla, Raúl Peralta sería una de aquellas personas que, cuando todo va mal, solo se preocupa por salvarse a sí misma. Es insensible, frío, traicionero, miserable y cruel. Y no importa que viva durante la dictadura, porque como él hay otros, pero la diferencia es que mantienen la decencia, aunque crean lo que dice el gobierno o decidan revelarse. Peralta es solo un miserable, como tantos otros.

Título original: Tony Manero.
Director: Pablo Larraín.
Guion: Alfredo Castro, Mateo Iribarren, Pablo Larraín.
Producción: Juan de Dios Larraín.
Fotografía: Sergio Armstrong.
Edición: Andrea Chignoli.
Música: Juan Cristóbal Meza.
País: Chile, Brasil.
Año: 2008.
Elenco: Alfredo Castro (Raúl Peralta), Amparo Noguera (Cony), Héctor Morales (Goyo), Paola Lattus (Pauli).

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