Sivas: perversión de un niño

La perversión suele ser objeto de una fascinación más que conocida. Y es que no solo uno se ve tentado a hacer cosas que no están permitidas, que se salen de las reglas que impone cierta normalidad; también existe la fascinación por mirar cómo es que se pervierte la vida de otro. De tal manera que las historias vergonzosas, los deslices que se cometen, el pasado oscuro de alguien, siempre son temas que están en boca de todos. La perversión es un tema que vende, por decirlo de manera coloquial.

Sería demasiado aventurar que esta es la razón por la cual Sivas (2014) obtuvo mucho éxito en su momento. Pero es que, además, la película de Kaan Müjdeci tiene otras características que, de cierto modo, realzan el tema de la perversión: su protagonista es un niño, ni siquiera cerca de la adolescencia, que vive en una comunidad aparentemente marginada, donde la actividad principal de las personas parece ser la participación en peleas de perros clandestinas para ganar dinero. Y en el universo de la cinta no parecen haber circunstancias, instituciones o personas que contrarresten esto, porque si bien hay una escuela, con un maestro, su existencia es tan insustancial que el protagonista solo necesita deslindarse de ella para que quede como una construcción más. De hecho, por medio de una plática entre el pequeño Aslan y uno de sus excompañeros, sabemos que el maestro dice que hablará con sus padres si no regresa a la escuela, pero dichas palabras se las lleva el viento.

Es así que todo en la película está puesto para que se enfoque, sin interrupción alguna, en la perversión de Aslan. Y Kaan Müjdeci no pierde ninguna posibilidad: el niño parece experimentar un deseo no solo romántico por una compañera del colegio, sino también sexual, a juzgar por la escena donde su madre lo baña y él no deja de mirar sus pechos; por otra parte, el poco interés que su compañera tiene en él, lo hace dejar la escuela, y a partir de ahí, Aslan fumará, cuando se moleste gritará y armará mucho escándalo, organizará peleas de perros con otros niños, y finalmente acompañará a los adultos en dicha actividad. No se sabe muy bien por qué termina en esto, pero lo hace. Y lo extraño es que, cuando la niña que le gusta le pregunta si haría pelear a su perro, contesta que no, porque es como su hijo; sin embargo, en la escena siguiente, ya está organizando una pelea. El asunto es que su vida se aleja cada vez más de lo que uno pensaría que es acorde a la vida de un niño.

Esto puede suceder perfectamente, claro está. Si uno está rodeado de malas personas, es posible que se asimilen sus comportamientos. Y la escena donde el hermano hace que Aslan haga el trabajo de abandonar una yegua, pone de manifiesto que las personas cercanas al niño no están interesadas en él; así como la escena filmada dentro del auto, cuando van camino a la pelea de perros, donde apenas puede distinguirse en los hombres una característica que no sea su “locura”, como si estuvieran ebrios. Es manifiesto que los adultos filmados por Müjdeci son lejanos (el plano del maestro en su casa), desinteresados (las escenas del padre de Aslan), violentos (el hermano), de comportamiento errante e incapaces de escuchar (las personas del auto).

Y al parecer, todo esto es lo que hace que Aslan pierda el camino. Pero nunca es claro que cambie por la influencia de las personas con las que vive; más bien, parece que cada acción, desde fumar hasta hacer pelear a su perro, es impostada. No es como si el mundo adulto absorbiera al niño, más bien, el director lo obliga a entrar a él. Y así, aunque en una escena dice que ama a su perro como a un hijo, y por ello no lo haría pelear, a la siguiente escena lo hace luchar contra otro perro. Del mismo modo, fuma una sola vez, cuando, hasta ese momento, ni un solo adulto con el que conviva fuma. Quizá las elipsis puedan explicar estas cosas. Pero lo curioso es que las acciones más propias de la edad de Aslan son mejor desarrolladas y mejor filmadas. Esto sucede cuando va con su maestro a decirle que quiere ser el príncipe en la obra que van a presentar; tímido, pero valiente por querer ser la pareja de la niña que le gusta, trepado de una pared expone su punto. Y la cámara lo mira a la altura de los ojos, ocultando la mitad de su rostro, porque solo se trata de un pequeño que quiere algo, aunque sabe que no está en condiciones de demandarlo.

Sin duda, en Sivas un niño pierde su infancia demasiado rápido, y no cabe duda que esto sucede en el mundo. Quizá todavía más en lugares donde los niños se ven obligados a hacer cosas que no corresponden a su edad, como pasa con Aslan al tener que deshacerse de la yegua, solo porque su hermano mayor es demasiado pusilánime para hacerlo. Pero Müjdeci cae en el problema de volver falso algo real. Y así, no importa qué tan escandalosas sean las peleas de perros, la inmersión de un niño en esos lugares sórdidos o el hecho de que Aslan fume. El hecho de que sea el director quien mete a Aslan en eso, y no lo adultos que están en su película, a través de su presencia y de sus acciones en vez de su ausencia, ridiculiza un tema que merece mejores enfoques. Por el contrario, en esta película solo destaca la fascinación por pervertir la vida de un niño.

Título original: Sivas.
Directora: Kaan Müjdeci.
Guion: Kaan Müjdeci.
Producción: Kaan Müjdeci, Yasin Müjdeci.
Fotografía: Armin Dierolf, Martin Solvang.
Edición: Yorgos Mavropsaridis.
País: Alemania – Turquía.
Año: 2014.
Elenco: Dogan Izci, Ezgi Ergin, Ozan Çelik.

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