Los infiltrados.

1

1.

No puedes confiar en alguien que actúa como si no tuviera nada que perder, según dice Costello. Al parecer, la razón por la cual no se puede confiar en las personas que actúan de esa manera es clara y muy conocida, más aún si uno es un observador regular de alguna o todas las La ley y el orden: esas personas no tienen ninguna relación con algo, y de este modo no hay nada que los mantenga atados a X situación o lugar. Esto hace que no se pueda confiar en ellas, pues o bien no pueden ser coaccionadas al amenazar algo con lo que guardan cierta relación o bien pueden abandonar X situación o lugar sin perder nada, y quizá ganando mucho. Así, por ejemplo, Costello amenazó a Sullivan con la posibilidad de que alguien se metiera con la señorita Freud. Y en La ley y el orden, sea cual sea, es común que se pida que aquellos que no tienen ni familia ni ningún nexo con la comunidad no tengan derecho a fianza. Pero hay algo más importante aún: quienes actúan como si no tuvieran nada que perder son insolentes, pues no sólo saben que no tienen ninguna relación con algo, sino que además lo hacen manifiesto con su forma de actuar, como si dijesen amenazadoramente “toma en cuenta que te puedo abandonar o traicionar en cualquier momento; dime, ¿aún así vas a confiar en mí?” Ésta es la razón por la que no se puede confiar en tales personas: su conocimiento e insolencia.

2.

Hay dos secuencias en que vemos alternadamente a Billy Costigan y a Colin Sullivan, y en ambas vemos un tipo de contraste entre ellos. El primero es más cualitativo, mientras que el segundo es con respecto a la intensidad.

En la primera, aparecen Colin y Madolyn en su cita y de forma alternada aparece, una sola vez, Billy siendo atendido por una doctora. Mientras que ellos estaban riendo y gozando el momento, Billy en cambio ve a la doctora, se ve a sí mismo, y sabe que no puede haber nada entre ellos. El contraste es, pues, entre la increíble capacidad del primero de tener a casi todos (Dignam es la excepción) admirándolo, queriéndolo, amándolo y felicitándolo. Mientras que Billy, por su parte, no tiene a nadie. Tal constraste se ve más claramente si consideramos más cosas: todas la mujeres caen rendidas ante Colin Sullivan; Queenan lo felicita, lo llama trabajador y pronostica un rápido ascenso; Ellerby lo considera semejante a él, etcétera. En cambio, a Billy las mujeres le hablan como a nadie en especial -compárese cómo la secretaria se dirigió a uno y otro-, su madre murió, pensó que no podía haber nada entre la doctora y él; en suma, como él mismo dice, no tiene ninguna familia.

En la segunda, en cuanto a Billy se refiere, vemos a un hombre siendo golpeado, sangre salpicando y un auto explotando; por su parte, en cuanto a Sullivan respecta, su mayor problema fue no poder tener sexo la noche pasada, pues, dicho sea de paso, aparentemente el que Madolyn coma un plátano en ese momento no es gratuito. ¿Cuánta diferencia hay entre la intensidad de lo que le sucede a uno y otro?

3.

¿Qué es aquello que hace posible la existencia de las “ratas”? Martin Scorsese, pensamos, lo ha dejado claro: el mentir. Si no fuéramos capaces de mentir, sería imposible la existencia de las “ratas”, ya que nadie podría aparentar ser lo que no se es. Así, si no fuéramos capaces de mentir, Sullivan no podría haber aparentado ser un policía, y Costigan no podría haber aparentado ser un hombre de Costello.

3.1

Cuando Billy le pregunta a Madolyn si ella miente no está haciendo una simple pregunta, pues si aceptamos que el mentir es lo que hace posible la existencia de las “ratas”, tal como lo es Billy, caemos en la cuenta de que su pregunta se refiere a su esencia. Está pensando, pues, en aquello que lo hace ser lo que es, y se pregunta si los demás son, al menos, esencialmente iguales a él.

3.1.1

Al menos esencialmente iguales a él, pues su preocupación proviene de que, incluso estando frente a un asesino en masa, sin embargo su mano no tiembla. Al ver esto, se preocupa, y se pregunta “¿cuán diferente soy de los demás?”

4.

Oscar Wilde escribió: “¿Acaso la insinceridad es una cosa tan terrible? No lo creo. Es, sencillamente, un método que nos permite multiplicar nuestras personalidades.” (Oscar Wilde. El retrato de Dorian Gray. p. 189.)

Pues bien, cuando Billy Costigan le dice a Sullivan que sólo quiere su dinero y recuperar su identidad, éste le responde que en unos segundos volverá a ser un policía, pero Costigan le remarca que quiere recuperar su identidad, y que ser policía no es una identidad. Con lo que dice Oscar Wilde esto queda claro: Billy Costigan, al serle pedido que se infiltrara en la organización de Costello, se vio en la necesidad de mentir para multiplicar sus personalidades. Pero no fue capaz de mantener la unidad entre tantas, y de este modo terminó quebrándose. Así, Billy terminó con varias personalidades, y es por esto que con Madolyn luce vulnerable; con Costello, a veces, insolente; con Dignam, pendenciero; con Queenan, un tanto más amable; etcétera. De esta forma, cuando Costigan le dice a Sullivan que quiere recuperar su identidad, lo que quiere decir es que desea recobrar su unidad o, dicho al revés, desea dejar de tener varias personalidades.

5.

Cuando se miente, da a entender Ernst Jünger en Juegos africanos, es imprescindible sobre todo que uno mismo se crea tal mentira. Esto quiere decir que uno, al mentir, no debe pensar que está mintiendo, sino que está diciendo la verdad. Pero cuando uno no sólo miente con la palabra, o sea, no sólo dice mentiras, sino que aparenta también ser otro que no es, asimismo da a entender Ernst Jünger en Juegos africanos, es igualmente imprescindible lucir como quien se aparenta ser, pues, contrario a lo que se diga, el hábito sí hace al monje, al menos en parte. (Cfr. Ernst Jünger. Juegos africanos. p. 43.)

Piénsese así: si alguien es detenido por un policía que no muestra ninguna identificación ni está uniformado, ¿es detenido por un policía, y no más bien por un ciudadano? No importa que su registro como policía esté asentado en algún archivo o base de datos, ni que se sepa tal, si no ostenta mediante algo (placa, uniforme o cualquier otra identificación visible) su condición de policía, no lo es. Ello porque le falta una parte, siguiendo a Ernst Jünger, de lo que lo hace ser lo que es.

El monje es monje por su hábito y por saberse monje. Leyendo a Jünger, podemos decir, entonces, que alguien es X por lucir como X y por saberse X. Dos condiciones, entonces, una física y otra psicológica, son las imprescindibles para que alguien sea algo. Por ello, cuando sólo se dicen mentiras, sólo es imprescindible la parte psicológica. Como aquel que le dice por teléfono a su novia “te amo, eres la única mujer en mi vida”, pero está embelesado por una chica que se encuentra a unos metros de él, y se imagina diciéndole eso, no a su novia, sino a esa chica.

Esto es algo que saben Queenan y Dignam en Los infiltrados: esas dos condiciones son imprescindibles para que alguien sea algo, así un policía no sólo debe llevar una insignia y un arma, sino que además debe saberse un policía. Ellos hablan de aquellos que sólo quieren fingir ser un policía, con su arma y su insignia, imaginando que están en la televisión. A éstos les falta la condición psicológica para ser un policía o para aparentar, si es que son infiltrados, ser uno.

5.1

Veamos ahora a Billy Costigan: se le pidió que se infiltrara en la organización de Costello. Para ello, siguiendo a Ernst Jünger, no sólo debía lucir como un hombre de Costello sino también saberse tal. Así entonces, se dejó la barba, cambió su acento y, más importante aún, se volvió un asesino o, mejor dicho, si se prefiere, cómplice de asesinatos. Pero no bastaba con esto, porque asesinar o ser cómplice de uno puede hacerlo cualquiera, por error o por el calor del momento, sino que era imprescindible saberse un asesino o cómplice de uno y no tener problemas con ello. Al principio, como podemos verlo, le costó trabajo, pero después, estando frente a un asesino en masa, sin embargo su mano permanecía firme, no temblaba. Cuando llegó a esto, logró aparentar ser un hombre de Costello.

5.2

El problema de aparentar ser algo que no se es, es que no es fácil para muchos captar la diferencia entre aquellos que no están aparentando y uno que sí lo está haciendo. Tanto aquéllos, como uno, lucen como X y se saben X. Billy Costigan, pensamos, enfrentó esta dificultad. Colin Sullivan, nunca. ¿Por qué? No lo sabemos con exactitud, pero quizá él sí podía fácilmente quitarse la apariencia de policía y olvidar todo lo que ésta conlleva, mientras que a Billy lo atormentaban las imágenes de lo que hacía. O quizá es más difícil para los buenos ser malos que para los malos ser buenos.

5.3

Cuando niño, a Costello y demás les decían que podían ser policías o criminales. Muchos años después, él pregunta, «cuando estás frente a un arma cargada, ¿cuál es la diferencia?» Tal cuestión es de una magnitud considerable, pues tras ella está la afirmación de que el Estado no sólo condona, sino que también ejerce violencia a través de sus cuerpos policíacos. Al igual que la ejercen aquellos a los cuales éstos se enfrentan. No habría, pues, ninguna diferencia en tanto que ambos cuerpos ejercen violencia; ninguna diferencia entre un policía con un arma cargada y un criminal con un arma cargada.

Abordar esa cuestión no debería hacerse en unas cuantas líneas, pero somos necios aquí y ahora, y sin ninguna intención de resolver o iluminar este asunto, y sin enunciar nada nuevo, siguiendo a Ernst Jünger, decimos que quizá la diferencia está no en lo visible, en la violencia que se ejerce, sino en lo que lleva a ejercerla.

Título original: The Departed.
Título: Los infiltrados.
Director: Martin Scorsese.
Guión: William Monahan.
Productores: Brad Grey, Graham King y Brad Pitt.
Fotografía: Michael Ballhaus.
Edición: Thelma Schoonmaker.
Música: Howard Shore.
País: Estado Unidos.
Año: 2006.
Elenco: Leonardo DiCaprio (Billy), Matt Damon (Colin Sullivan), Jack Nicholson (Frank Costello), Mark Wahlberg (Dignam), Martin Sheen (Queenan), Ray Winstone (Mr. French), Vera Farmiga (Madolyn).

Bibliografía.

Jünger, Ernst. Juegos africanos. Traducción: Enrique Ocaña. 1ª edición, Barcelona: Tusquets Editores. 2004. Colección: Andanzas/541.

Wilde, Oscar. El retrato de Dorian Gray. Traducción: José Luis López Muños. 1ª edición, Madrid: Alianza Editorial. 1999. Colección: Literatura-Clásicos/5526.

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